martes, 13 de noviembre de 2012

Mujer al volante…

***SNN
 
 
 
 
 
 
Fanny Guadalupe, es una madre de familia que salió del austro ecuatoriano y se gana la vida desde hace cinco años transportando a ejecutivos de corporaciones, dueños de fortunas, corredores de bolsa, poderosos abogados o genios de la publicidad.
 
 
 
Son medio millar, quizás más. Las ecuatorianas que conducen taxis en Nueva York encontraron en esta ocupación una salida al desempleo: cada día 400 mil pasajeros se transportan por este medio. Cada carrera es como una lotería. Si sale el número premiado, la paga serán 300 dólares, o más.
 
 
 
Cuatro de la tarde. Hace frío y Fanny Guadalupe al fin consigue un puesto en la larga fila de taxis negros en la calle 52, en Manhattan.
 
 
 
Al igual que sus colegas se quedará en ese lugar unos 40 minutos antes de lograr avanzar hasta la avenida Park. Allí, a las cinco en punto un abogado de Boston sale de uno de los rascacielos, lee su nombre en un cartel blanco en la ventanilla del taxi limusina y hacia él se dirige.

Ella, como la etiqueta manda cuando se trata de servir a quienes tienen una chequera muy abultada, lo espera vestida de negro, sus zapatos casi tan brillantes como el taxi y una mano presta a recibirle la maleta y otra a abrirle la puerta.

“Good afternoon, sir (Buenas tardes señor)”, se apresta ella a decir. “Hi (Hola)”, responde él. No cruzan más palabras, porque él y ella dan por entendido adónde ir. Guadalupe pone a girar el volante y una historia más rueda sobre Manhattan rumbo al aeropuerto John F. Kennedy.

Desde las cuatro de la tarde y hasta las siete de la noche esa avenida es un ir y venir de Mercedes-Benz, Lincolns y Chryslers, cuyos valores superan los 60 mil dólares, todos negros, espaciosos y con carrocerías relucientes, como espejos. Se los conoce como taxis negros o taxis limusinas y sus conductores también visten de etiqueta, porque ‒en este negocio‒ el dinero es el que manda.

En el trayecto, Guadalupe sabrá si el cliente al que está sirviendo es cortés y hasta buen conversador ‒que sí los hay‒. Quizá hasta le dirá que le gusta que una mujer taxista lo lleve por las congestionadas calles de la ciudad. Aunque si resulta ser uno de esos “petulantes” ‒que también los hay‒ llamará o recibirá llamadas de Londres y Hong Kong y hará transacciones millonarias y al llegar a su destino se bajará sin decirle ni un gracias.

A su orden, Mr. One Percent
 
Aprovechando el movimiento “Ocupemos Wall Street” y la campaña electoral estadounidense, Guadalupe deliberadamente se adueña de los porcentajes que ahora están en boca de todos: “Soy del 99 por ciento que trabaja para el uno por ciento, es decir, para los millonarios”.

Esta madre de familia que salió del austro ecuatoriano se gana la vida desde hace cinco años transportando a ejecutivos de corporaciones, dueños de fortunas, corredores de bolsa, poderosos abogados o genios de la publicidad. Como ella, hay más ecuatorianas que tras el volante y sobre las ruedas de un taxi tienen un diario affaire con Nueva York y su gente.

Si Gertrude Jeannette estuviera para verlas sabría que no fue en vano su aplomo. Ella fue la primera mujer taxista en la Nueva York de 1942. A la pionera nunca la dejaron estacionarse en el hotel Waldorf Astoria, porque los negros tenían prohibido recoger pasajeros en ese lugar. Para las taxistas de ahora ir en busca de un cliente a la dirección más exquisita o sofisticada es cuestión de rutina.

Del desempleo al volante
 
La guayaquileña Haydee Plaza puso sus manos al volante de un taxi cuando el mundo de los bienes raíces se vino al suelo y se quedó sin trabajo. Su hermano es chofer de un taxi y le sugirió: “prueba como taxista”. “Oh, my God (¡Oh, Dios mío!), ¡al fin una mujer taxista!”, es la primera reacción de los pasajeros y eso me gusta”. Las mujeres dicen sentirse seguras si es una taxista quien las conduce. “Cuando van a Manhattan a un bar y se toman sus tragos, llaman a la base y piden que las recoja una mujer”.

En el año 2006, Maritza Cajías, también de Guayaquil, se quedó sin trabajo. Hasta que un día decidió poner sus manos al volante de una de esas kilométricas limusinas que en el imaginario neoyorquino solo llevan a famosos y millonarios, de allí dio el salto para ser taxista. “Estoy contenta, me gusta que a las mujeres taxistas los pasajeros nos tengan confianza.
 
 
 
Es un trabajo donde yo pongo mi horario, pero si quiero hacer más dinero debo trabajar hasta 10 y 12 horas, pero tengo una regla: no tomo pasajeros en la calle, solo a pedido”. La mayoría de mujeres taxistas entró a esta industria, por excelencia masculina, cuando a partir de 2006 empezó el fenómeno de la recesión.

A partir de entonces han aprendido que cada pasajero es como una pequeña lotería con carreras de un mínimo de 12 dólares y otras de 300. Con suerte, más.

 
 
Hay de todo en la viña neoyorquina
 
Guadalupe, Plaza y Cajías saben que la exuberancia neoyorquina se vive adentro y afuera del taxi en diferentes formas: codiciosos millonarios, hedonistas zambulléndose en la fuente de su vanidad, trabajadores estresados porque no saben cómo llegar al fin de mes, amantes de la gastronomía en pos de sorpresas para el paladar, buscavidas vendiendo milagros en la metrópoli de los sueños, policías con los ojos muy abiertos para ponerles un tiquete, semáforos, congestión y multitudes…
 
 
 
Ellas son observadoras silenciosas de la rotación de ese apabullante universo, con hombres de negocios que sobre las calles de la ciudad y con la ayuda de un teléfono o una iPad hacen transacciones millonarias, sea en Londres o Dubai.

“Por algún tiempo – dice Guadalupe‒ tuve un cliente de apellido Friedman que en los peores días de la crisis se hizo millonario en media hora. Gritaba como un loco de la felicidad. Era un buen tipo, iba a la oficina despeinado, en calentador y zapatillas. Le escuché decir que en un año se gastó un millón y medio solo en el pago de taxis limusina”.

Haydee Plaza tiene una clientela menos potentada. Son profesionales y nuevos emprendedores que viven en Prospect Park, un área de alta plusvalía en Brooklyn. “Las propinas varían, los latinos y los afroamericanos no dejan tip. En todos estos años solo dos pasajeros salieron corriendo para no pagar”.



 
En el eterno desfile de la ciudad gótica, las mujeres salen envueltas en sus abrigos de piel después de la ópera, los jóvenes se divierten en los bares del East Village y en el Time Square multitudes avanzan sin rumbo. Todos ellos son potenciales pasajeros de un taxi, aunque es mejor no olvidar el consejo de una taxista: si no quiere abrirse paso a codazos y recibir insultos de alto calibre, no se le ocurra tomar un taxi a las cuatro de la tarde o cuando llueve.

 
 
Ellas le ponen el rostro amable
 
En Nueva York, a pesar de que hay 14 mil taxis amarillos y 40 mil taxis negros, taxis limusinas y otro tipo de coches de alquiler, no son suficientes. En una ciudad de ocho millones de habitantes donde solo el 35 por ciento de la población tiene auto propio, los taxistas son muy necesarios.

Hay alrededor de 60 mil taxistas. Según el censo de 2000, el 80 por ciento era extranjero. ¿Mujeres?, unas 500. ¿Ecuatorianas?, “Conozco una más que trabaja en otra base”, dice Plaza. Cajías tiene una cifra más alta: “En la anterior compañía había 12 ecuatorianas”. Guadalupe aclara que “ecuatorianos taxistas hay por cientos, las mujeres aún somos muy pocas aunque cada día hay más, pero no estamos organizadas”.

Más de 400 mil pasajeros usan el servicio de taxis y limusinas cada día, cuenta Guadalupe mientras en su taxi rueda con rumbo a Park Slope, el barrio más “chic” en Brooklyn a recoger a un cliente. A él, al igual que al resto, les esperan el periódico del día, agua y chocolates, porque la idea es que el taxi sea una extensión de la oficina.

 
 
Fanny Guadalupe, Haydee Plaza y Maritza Cajías han descubierto que la exuberancia neoyorquina se vive adentro y afuera del taxi en diferentes formas: codiciosos millonarios, amantes de la gastronomía en pos de sorpresas para el paladar y buscavidas vendiendo milagros en la metrópoli de los sueños.
 
 
La ciudad sigue a su ritmo y con ella estas tres taxistas.
 
 
 
 
Fuente: VISTAZO*
 
 
 

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