jueves, 15 de noviembre de 2012

"Las cruces sobre el agua" aún flotan en el Río Guayas, a pesar de que han pasado 90 años

***SNN







Por ahora los dejamos con el recuerdo de la matanza, pero también de la organización y de las voces que, con su arte, repiten “Prohibido olvidar”.



(Andes).- “Alaridos y quejas. El silbido cortante de las balas. El olor a pólvora. El inclemente martilleo de las ametralladoras. Los cuerpos humanos tronchándose como racimos, fecundando la tierra, sembrado la venganza y el odio.


Por Santiago Aguilar Morán /@literatango


Las quijadas abiertas, los ojos saltados, los brazos queriendo subir y subir para escapar por algún lado. Los niños con las manos crispadas, arrugando las mantas de las madres, chillando las facciones paralizadas. Y sin armas, carajo, con qué matar soldados y generales”.



Así retrataba el escritor ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco la masacre ocurrida el 15 de noviembre de 1922, en la ciudad de Guayaquil. Ese hecho, de acuerdo a sociólogos e historiadores, marcó el bautizo de sangre de la clase obrera en el Ecuador.



¿Pero cómo empezó todo?. Guayaquil de inicios del siglo XX era un puerto que recibía a migrantes de varios países. Con sus calles de tierra el puerto principal concentró su cotidianidad en el embarque y desembarque de productos. El gran movimiento económico permitió que en esa ciudad nacieran las primeras fábricas y con ellas el movimiento obrero ecuatoriano.



Ecuador, que contaba en esos años con una población aproximada de 1,3 millones de habitantes, inició lo que se conoce como el auge cacaotero. Europa y EE.UU. eran los principales mercados del país.



En la urbe de entonces, los camiones pasaban como sombras ruidosas con las botellas de leche moviéndose y chirriando al chocar. Algunos hombres llevaban en sus espladas los quintales de la Pepa de oro a pasos apresurados, con trotecitos menudos. Era el puerto que de a poco se transformaba en una gran ciudad.



Las ganancias obtenidas por los dueños de las haciendas superaban fácilmente el 300% en referencia al costo de producción, debido a que el cacao no permanecía en Guayaquil mucho tiempo y, por tanto, no requería el alquiler de bodegas. El precio final del quintal en el puerto era de entre 20 y 25 sucres.




Según el sociólogo Oswaldo Albornoz Peralta, con 25 sucres se podía comprar en ese tiempo 50 pacas de fideo, 3 quintales de arroz, 6 quintales de papas o 3 quintales de harina. El endeudamiento del Estado con el Banco del Ecuador y Banco Comercial y Agrícola, debido al uso de recursos para acabar con las tropas liberales conducidas por Carlos Concha, la Primera Guerra Mundial, el consecuente desplazamiento de las prioridades alimenticias, y las plagas que afectaron a los cultivos de cacao (Escoba de la bruja y monilla), fueron los motivos para la crisis posterior al auge.



El precio del quintal de cacao cayó de $ 26, en enero de 1920, a $ 5,75, en diciembre de 1921. El monto de las exportaciones, que en 1920 superó por primera vez los $ 20 millones, se redujo a algo más de $ 9 millones en 1921 para, luego de una ligera alza, volver a caer a $ 7,5 millones en 1923. La naciente burguesía hizo que el peso de la crisis caiga sobre los hombros del pueblo.



La huelga

Guayaquil fue el centro y origen de todo el movimiento obrero ecuatoriano. Allí existían, como anota Oswaldo Albornoz Peralta, “fábricas de fideos y galletas, de sacos y calzado, de colas y aguardientes, de fósforos y cigarrillos, de escobas y de hielo. Hay también aserríos, piladoras, curtiembres, jabonerías y cervecerías”.



Influidas por la Revolución Rusa (1917), en Guayaquil surgieron las primeras organizaciones provinciales y, en años posteriores, se reunieron los primeros congresos nacionales.



Las organizaciones obreras, fortalecidas en el primer período de su desarrollo por ideas anarcosindicalistas fueron desarrollándose, de a poco, en el conocimiento del marxismo-leninismo y en su aplicación dialéctica a las condiciones ecuatorianas.



El 15 de noviembre de 1922 constituyó el punto de partida para que en el futuro se formen los partidos políticos de izquierda en Ecuador.




El movimiento que desembocó en el vil y masivo asesinato se inició con la huelga de los trabajadores ferroviarios de Durán, el 17 de Octubre de 1922, cuando recibieron el respaldo de las tres centrales existentes: la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (que cobijaba a 32 organizaciones), la Asociación Gremial del Astillero y la Confederación Obrera del Guayas.



Sus reclamos no fueron escuchados y se vieron obligados a paralizar sus actividades desde el día 19 de ese mes. Con toda esa presión, el pliego petitorio fue aceptado y entró en vigencia el día 25.



Pese a ello la situación general de los obreros no mejoró. Nuevamente se tomaron las calles de Guayaquil las organizaciones el 13 de noviembre de 1922. La situación no se limitó únicamente al enfrentamiento entre empresas y obreros asalariados, sino que llegó a transformarse, además, en una lucha solidaria que incluía a los artesanos, obreros portuarios y subempleados, entre otros.



Todas estas organizaciones presentaban los mismos requerimientos en sus pliegos de peticiones: aumento de salarios, jornada laboral de ocho horas, libertad de organización, pago de jornadas extraordinarias e indemnización por despidos intempestivos, entre otras demandas que trataban de paliar en algo sus precarias condiciones de vida.



Un total de 53 organizaciones participaron en la huelga que dio lugar a la masacre perpetrada en las calles guayaquileñas, mientras la burguesía celebraba y ayudaba al Ejército desde sus balcones con sus propias armas.



Alejo Capelo, sobreviviente de la masacre, afirmaba que “el general Barriga recibió esta orden terminante de parte del presidente del Ecuador, José Luis Tamayo: ‘Espero que mañana, a las seis de la tarde, me informe que ha vuelto la tranquilidad de Guayaquil, cueste lo que cueste, para lo cual queda Ud. autorizado. Pdte. Tamayo (sic)”.



Pese a que no existe un acuerdo sobre el número de muertos de aquel día, los historiadores del movimiento obrero ecuatoriano hablan de más de mil asesinados, porque fueron miles de personas las que caminaron y estaban apostadas en la gobernación del Guayas de modo pacífico. Pero la orden estaba dada, y, “cueste lo que cueste”, había que llevar la calma a Guayaquil, con qué vileza, con qué cobardía!



Las consignas llenaban el ambiente, pero Tamayo y la burguesía porteña querían paz y tranquilidad, de modo que los fusiles y las armas se enderezaron contra los pechos de los obreros.
El escritor ecuatoriano Joaquín Gallegos Lara, escribió una novela que relata los sucesos de ese día, "Las cruces sobre el agua". La narración está centrada en dos personajes: Alfredo Baldeón y Alfonso Cortés.



El primero, perteneciente a la tradición bravía de los pobladores del barrio del Astillero; hombre hecho, como su barrio, a punta de golpes y de correteos, intríngulis dado por el mero hecho de sobrevivir a la miseria que se tendía por uno de los sectores más representativos de Guayaquil.



El segundo, personaje intelectual perteneciente a la pequeña burguesía que también habitaba en el barrio del Astillero, es de quien se vale Joaquín Gallegos Lara para plantear argumentos políticos formales, que si hubieran estado en boca de Baldeón habrían resultado inverosímiles.

Así pinta Joaquín Gallegos Lara, militante del Partido Comunista, la crueldad de los hechos ocurridos hace 89 años:



"Sobre el cuadriculado de las piedras que el sol tostaba, hombres, chicos, mujeres, rodaban, tiesos ya, o aún retorciéndose. Eran gente gente como ellos, que salían de iguales covachas y comían la misma hambre. ¡Y eran chicos muchísimos! Eran zapateadores de rayuela, vendedores de diarios, betuneros, chicos, como hoy sus hijos y como ellos un día.



La masacre fue de tal magnitud que los cuerpos, que se contaban por cientos en las calles, fueron arrojados, con los vientres abiertos, al río Guayas para ocultar el crimen.




Alfredo Pareja, que tenía catorce años cuando ocurrió la masacre, contó así los hechos:
(…) "El Batallón Marañón rodeó a la gente y comenzó a matarla. Dieron bala todo el día. (…) En mi bicicleta salía al día siguiente de la catástrofe y vi mucha sangre por toda la ciudad.




Yo vivía en un departamento bajo de la calle Rocafuerte y por ahí pasaban los vagones del ferrocarril de la aduana llenos de cadáveres.




Después de la matanza, cada 15 de noviembre el pueblo lanza coronas de flores y boyas con cruces sobre el río Guayas. El pueblo no lo olvida: músicos, teatreros, pintores y escritores recuerdan la masacre y la retratan; incluso en nuestros días en los más variados géneros.



Por ahora los dejamos con el recuerdo de la matanza, pero también de la organización y de las voces que, con su arte, repiten “Prohibido olvidar”.


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