viernes, 2 de noviembre de 2012

Día de los Difuntos, desde los animeros hasta la pérdida de las tradiciones

***SNN





 
 
El animero.


(Andes).- Este viernes se celebra el Día de los Difuntos como cada 2 de Noviembre.



Hoy en día su carácter puramente religioso ya no es destacado como en épocas de antaño, sino que toma este día como si fuese cualquier otro feriado, con la excepción de la tradición de tomar la típica colada morada con su guagua de pan, compradas o, ya no tanto como antes, preparadas en familia (ver también http://andes.info.ec/sociedad-reportajes/8343.html).



Pero anteriormente, por ejemplo en el Ecuador pos independencia, esta visión religiosa era importante durante el Día de los Difuntos, pues era la relación que la población tenía con la muerte.



Ahora, cuando uno está moribundo, se trata de curarle en el hospital, y el mejoramiento del conocimiento médico ayuda a curar enfermedades que no se podía antes.
 
 





















En el Ecuador del siglo XIX (y en el mundo en general en esa época), el médico intentaba curar al moribundo en su casa. La habitación del sufridor se vuelve en un consultorio médico.



El conocimiento médico, siendo menos avanzado que ahora, era un intento para el restablecimiento del enfermo, a manera de un tipo de acompañamiento hacia la muerte.
Así, en aquellos tiempos, la escena mostraba a la “cama de muerto”, rodeado por la familia cercana del moribundo, mientras que en sus últimos momentos se redactaba el testamento.



Para facilitar que se “terminen” esos últimos momentos era común la utilización de unas bebidas eutanásicas, paradójicamente se trataba de “caridad religiosa”, con la idea de abreviar el padecimiento del moribundo, cuando ahora esas mismas consideraciones religiosas –proteger la vida– son parte de las razones para la prohibición de la eutanasia “activa”, aquí como en la mayoría de los países (sólo Bélgica, Luxemburgo y Holanda lo aceptan ahora, además de Suiza y unos estados federados en Estados Unidos que aceptan el auxilio al suicidio).



Cuando está muriendo o muerto el paciente, la ciencia y el médico son entonces remplazados por la religión y la figura del cura; las oraciones de los amigos y de la familia se hacen más fuertes, acompañados por el mismo sacerdote, quien tratará de confesar al moribundo y absolverle para facilitar su ingreso al cielo y después le da los últimos sacramentos.
 
 

 





















La Iglesia, en ese entonces, era encargada del censo hasta la creación del Registro Civil en 1900 en el Gobierno de Eloy Alfaro. La Iglesia además administraba el cementerio.



Paralelamente, a mitades del siglo, se desarrolló la costumbre de llevar el luto. Si ya existía (se considera que la práctica empezó durante el Imperio romano), esta costumbre se amplió y se solemnizó con la muerte del príncipe Alberto, en 1861: su esposa, la reina Victoria I del Reino Unido, decidió llevar el luto para siempre, y retirarse de la vida pública.



Las costumbres se hacen más rígidas en esta época, especialmente en las clases altas: la ropa de luto ya no es solamente negra, sino también obedecen a consignas y formas estrictas; así, aparecen costureros, empresas y tiendas especializadas.



Más específicamente en Ecuador, y en este periodo del año, existe el personaje del animero. Esa figura tiene una misión doble: rezar para las almas en el purgatorio, y mantener el recuerdo de los fallecidos. Este personaje típico, intermediario entre la vida y la muerte, vestido de blanco, empieza su recorrido nocturno en el cementerio, donde ora para llamar las almas a seguirle en su itinerario.



Este cortejo se va por las calles, y el animero, con su campana, llama a los habitantes, pidiéndoles una oración para las almas de los fallecidos. Entonces las almas, se fortalecen con esas plegarias, lo que les permite llevar el purgatorio y acercarse de Dios y del paraíso.
 
 





















Otra costumbre de la época era fotografiar a los fallecidos como si estuviesen solo dormidos, tomando en cuenta que la fotografía estaba en boga como una herramienta nueva y exclusiva para pocos y esa era el último retrato de los fenecidos.



Por ello, se promocionaban cuantiosamente fotógrafos especializados en “hacer fotos de muertos”, quienes también se les hacía posar junto a la familia como si estuviesen vivos.
 
 
 

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