Navegar los canales de Ámsterdam debe ser hermoso. Pero no, no vengo por los canales. Tampoco iré al Museo de Ana Frank ni al de Vincent van Gogh. No veré los mercados de tulipanes ni aprenderé de arquitectura.



Mi ruta se parecerá a la de un adolescente gringo en semana de receso: solo iré a coffee shops (cafés donde se vende cannabis) y al Barrio Rojo (donde las prostitutas se exhiben en vitrina). ¿Por qué? Pasa que esta podría ser la última oportunidad para hacerlo. Todo indica que en esta ciudad las reglas del juego van a cambiar.



Holanda, que se ha dado a conocer como una especie de paraíso ultraliberal, para algunos una 'Sodoma y Gomorra del siglo XXI', hoy debate distintas leyes para disminuir la oferta de drogas e intenta replantear su permisividad sobre el consumo.



Políticos como el primer ministro, Mark Rutte, de centroderecha, tienen la convicción de que ni el país ni su capital deberían ser conocidas principalmente por los coffee shops o el Barrio Rojo. Algunos holandeses ya adelantan que este podría ser el principio del fin para ambos 'hitos'.



Desde el primero de mayo, en tres provincias del sur de Holanda se prohíbe la entrada de extranjeros a los coffee shops. Para ingresar, los clientes deben presentar su identificación y estar inscritos en una lista oficial de fumadores.



Desde que se implementó la llamada weed pass law, muchos coffee shops han quebrado, dado que buena parte de su clientela era extranjera. La discusión se ha trasladado a Ámsterdam, donde en los últimos seis meses se han estado discutiendo las implicaciones de la implementación de la ley.



Un tema político

¿Se reducirá la cantidad de visitantes? ¿Afectará al turismo de esta ciudad (una de las 20 más visitadas del mundo, según el Foro Económico Mundial)? Aún es muy pronto para saberlo. La ley estipula que esta prohibición se aplicará en la capital holandesa desde el primero de enero del 2013.



La medida ya ha provocado tanto impacto que se convirtió en un tema importante durante las elecciones parlamentarias del 12 de septiembre pasado. El país estaba dividido. Los dueños de los cafés se quejaban, en las calles de Ámsterdam la gente hacía marchas en contra de la prohibición y la noticia hacía eco en el resto del mundo: "La batalla por el voto de los fumadores de cannabis", tituló hace unos meses el diario inglés The Guardian.



El Partido del Trabajo (el mayor partido de izquierda del país) decía abiertamente que estaba en contra de la legislación y que la revocaría. En parte, el discurso resultó. Logró convertirse en el segundo partido más votado, con 38 parlamentarios (ocho más que en el periodo anterior).



Aun así, quedó por debajo del Partido Popular por la Libertad y la Democracia, de centroderecha e impulsor de la ley de prohibición, que obtuvo 41 asientos entre los 150 cupos de la Casa de Representantes.



Estilo de vida

Mientras avanzo por Warmoesstraat, una de las calles del Barrio Rojo, los locales de comida rápida dan paso a tiendas como Condomerie (una venta de condones de todo tipo) y a coffee shops, como el Route 66, de estilo motociclista. Trato de entrar a Baba, uno de los 230 locales de este tipo en la ciudad, atraída por el gran elefante de madera, el dios hindú Ganesha, que está sobre su acceso principal.



Imposible. Demasiado lleno. A lo largo de los andenes, los locales se suceden y tienen nombres como Blues Brothers, Twilight Zone, Sheeba, Stones Corner o Greenhouse Effect.



Entro a Sheeba. No se permite el ingreso a menores de 18 años, pero nadie me pide identificación. Suena I Shot the Sheriff de Bob Marley y sus muros, pintados con figuras como Jimi Hendrix, Eric Clapton y, por alguna razón, Ronaldo, encierran un humo denso.



Aquí, rodeada de gente que casi no pestañea, hablo con Damien, uno de los encargados.



-No va a suceder -dice él mientras ordena un montón de papelitos con sus manos-. Esa ley es una tontería, es imposible de aplicar en Ámsterdam. Aquí nunca hay problemas; la gente viene, fuma, habla, se ríe y se va tranquila.



-¿Por qué está tan seguro de que no va a funcionar?
-Porque no solo los que trabajamos en esto estamos en contra. Los turistas han venido en masa este año y suelen preguntar en qué va el tema. Ni siquiera el alcalde de Ámsterdam está de acuerdo con la ley. Ha dicho que le preocupan los efectos de la norma y que cree que hará más daño que bien. Si nosotros cerramos, no se acabarán las drogas en Holanda: simplemente volverán a las calles y aumentaría el tráfico.



Afuera de Sheeba, los letreros de neón iluminan los pasajes. La cadena de cafés The Bulldog, considerada 'el McDonald's de la marihuana', avasalla las cuadras. En cada una de sus fachadas destaca la frase "Desde 1975", año en que empezaron a aparecer los primeros negocios de este rubro.



Un poco más allá está el Museo de la Marihuana, ubicado en una casa del siglo XV. En el museo no hay más de 20 personas, todas de distintas edades, que hablan en diversas lenguas. Camino entre cuadros con citas pro legalización atribuidas a personajes pop como la actriz Jennifer Aniston y el magnate inglés Richard Branson.



Y entre folletos y datos de la cultura 'cannabis', se explica que la política de tolerancia al consumo de marihuana tiene como objetivo eliminar la delincuencia asociada a la venta callejera de la droga. Según las estadísticas que muestra el museo, en Holanda casi no hay crímenes ligados al tráfico, a excepción del robo de bicicletas por parte de adictos.




Kurt, uno de los recepcionistas, dice que, pese a la reducción del tráfico en la calle, los coffee shops provocan conflictos con otras naciones de la Unión Europea. La política holandesa de tolerancia significa un lío para Alemania, Bélgica y Francia -dice- porque sus ciudadanos viajan a las provincias del sur de Holanda para abastecerse y vuelven cargados.



Pero Ámsterdam tiene otras cosas que ofrecer: grandes museos, como el Rijksmuseum, un edificio del siglo XIX que contiene una colección de pinturas de la época de oro de Holanda, y una arquitectura que hace que la ciudad parezca de cuento, con sus casas medio chuecas y canales esparcidos.



La gente es amable. Si un forastero pide indicaciones para encontrar una dirección, los holandeses no lo miran con mala cara. Aun así, los coffee shops y el Barrio Rojo son algunos de sus mayores atractivos. Según cifras de la Ámsterdam Tourism & Convention Board, 23 por ciento de los turistas dicen haber viajado a la ciudad atraídos por estos cafés.



Paso por el Barrio Rojo cuando las campanas de una catedral marcan las diez de la noche y, en la misma calle, una morena de cintura ínfima juega con su ropa tras una vitrina fluorescente. Un grupo de turistas la mira hasta que la chica, en vez de bailar, los observa con algo que se parece al odio.



En Zwart, un bar de la calle Dam, conozco a Roderick, Ruddy, un escocés de unos 70 años. A su lado está su hija, de unos 18. Vienen a Ámsterdam, entre otras cosas, para visitar los cafés. Ruddy dice que es una costumbre que ha seguido con cada uno de sus cuatro hijos cuando cumplen la mayoría de edad.



"¿Con qué mejor compañía van a conocer estas cosas que con su papá?", pregunta. A Ruddy aún le queda un hijo para terminar su tradición. Me pregunto si, llegado ese momento, Ámsterdam aún le permitirá hacerlo.



Ciudad de 230 'cafés'
Hay 700 en toda Holanda

Ámsterdam alberga más de un tercio de los 'coffee shops' que hay en Holanda: 230 de un total de 700. Incluso hay cadenas, como The Bulldog, conocida como 'el McDonald's de la marihuana', que funcionan desde mediados de los años 70.




Fuente: EL COMERCIO*